RELATOS DE ROLLO 80: Mi canción favorita y un pequeño viaje en coche.

Mi canción favorita y un pequeño viaje en coche.

Era dieciocho de octubre de 1988 y parecía que iba a ser un buen día. Hacía tan solo dos meses escasos que había conseguido aprobar el examen de conducir y aquel día por fin estrenaba coche. Yo tenía diecinueve años y ya me sentía una persona importante y con mucha suerte. Creía que lo tenía todo en la vida, menos un amor de esos verdaderos. Pensaba que a esas alturas de mi vida jamás encontraría a la mujer que yo deseaba. Que tonterías se piensan cuando eres joven. Bueno, sobre todo cuando se es yo.

Mis padres vendían automóviles de segunda mano. Por aquel entonces, tenían una pequeña tienda en el barrio de gracia donde cabían nueve coches y dos motos a lo largo del local. Trabajaban juntos y yo algo hacía para ayudarles, pero no mucho, la verdad. Cuando me saqué el carné de conducir, mis padres quisieron hacerme un regalo. Me mostraron dos coches y me preguntaron que cual quería. Yo les pregunté: ¿Cuál quiero… para qué? ¿Para desmontarlo a trocitos poco a poco y vender las piezas? Me dijeron que escogiera uno para quedármelo para mí y estrenarlo ya mismo, que sería mi primer coche. No me lo podía creer, uno de los momentos más felices de mi vida. Elegí el Ford Fiesta rojo sin dudar, ya que lo llevaba viendo mucho tiempo allí a la venta, y parecía ser que nadie lo quería. En parte me gustaba porque era de mi color preferido y porque tenía instalado un espectacular equipo de sonido. Creedme, hoy sería mejor sonido que el de cualquier coche actual recién salido de fábrica. Había probado más de una vez su sonido con algún cassette y me había enamorado de su volumen desde el primer momento.

La verdad es que cuando me dieron la noticia no me atreví a cogerlo hasta que todo el papeleo estuviera arreglado y a mi nombre. Luego, cuando ya era realmente mío, no quería conducirlo porque no sabía dónde ir y además, me había hecho una promesa a mí mismo: la primera vez tenía que ser a solas conmigo, el coche y mi música. Así que con estas estupideces en mi mente estrené coche al cabo de dos meses. Pero llegó el día y decidí recorrer setenta kilómetros por carretera para llegar a uno de mis rincones preferidos. Era otoño y me apetecía ir solo a las montañas del Montseny. Un lugar donde parece que cuando llegas estás en otro mundo con tantas hojas caídas. Un espacio que cuando paseo por sus caminos anaranjados me deja aturdido durante horas No he viajado mucho, pero cada vez que puedo aún a día de hoy, me escapo en octubre o noviembre a recordar viejos tiempos.

El día anterior a aquel primer viaje en coche, me preparé una cinta con música variada de la época. Mis canciones favoritas estaban listas una tras otra, aunque me llevé un par de cassettes más por si acaso me quedaba corto.

Pues aquel martes de otoño del 88 me llevé cuatro sorpresas…

La primera fue que el cassette que había grabado estaba vacío, no se escuchaba nadaaaaa. Hora y media de nada. No entendía que había podido pasar. Tanta dedicación y selección de cantantes y grupos para nada.

La segunda sorpresa fue que el segundo cassette, que siempre llevaba en el coche de mis padres, empezó con una canción de mecano justo en esta frase: “Tu corazón fue lo que me acabó de enamorar. Y nos metimos en el coche…” Y ahí se quedó Ana Torroja atragantada con voz terrorífica mientras la cinta se retorcía cada vez más. La saqué de aquel infierno y toda ella estaba arrugada con pocas esperanzas de poder volver a usarse. Intenté enrollarla con el dedo ya que no disponía de ningún bolígrafo y no hubo manera. Me puse nervioso y la rompí sin querer,

La tercera sorpresa la dejo para después, pero la cuarta fue que al llegar a casa e intentar aparcar el coche, una grúa que estaba maniobrando no me vio y tirando marcha atrás, me arrancó la parte trasera derecha que une la ventana con la chapa y tuve que hacer mi primer parte. Suerte que no tuve yo la culpa. Y suerte que la grúa era la misma empresa de mi seguro. Increíble, me dieron cien mil pesetas por mi coche siniestrado, pero un mes después solo había arreglado el cristal y me quedé el resto del dinero. Pude seguir un año más conduciendo mi primer cochecito.

Total, que me enrollo y no cuento mi viaje. Me quedaba un cassette. Uno que había grabado unos meses atrás. Solo tenía una canción que se repetía una y otra vez. Un tema que me había animado a seguir adelante en esta vida. Una sola canción sí, que sonaba todo el rato durante hora y media. La grabé de esta manera para que así acompañará en mis peores momentos, ya ves. Mi rabia a gritos y la letra se perdían por el viento. Y todo porque una chica que primero prometía quererme, se olvidó de mí. Con aquella situación y una canción nueva que me había encantado, parecía que mi mundo se derrumbaba. La canción en cuestión es “La piedra redonda” de El último de la fila. Una canción ya no tan moderna, que iba a sonar de nuevo en mi camino en coche. ¿Sabéis porque la puse durante todo el trayecto? Porque probé a poner la radio y… ¿adivináis?… ¡Correcto! Tampoco funcionaba. No tenía antena, el Ford Fi, estaba arrancada. Empecé a comprender por qué aquel coche no se vendía. ¡Ostras! Quizás también por eso mis padres me lo habían regalado… Pensaré que no es verdad, ya que pude elegir entre dos… (Bueno… a saber cómo estaba el Seat Panda…) Por cierto…¿Sabéis que significa SEAT? Siempre Estarás Arreglando Tonterías, al menos, eso me decía mi padre, haciéndose el gracioso.

Mi trayecto comenzaba y la canción también…

“Lo que tengo lo llevo conmigo
en esta absurda bolsa y en este absurdo cuerpo,
lo que quiero está siempre tan lejos
quizá al final de este absurdo camino”

Qué genial me sentía cantando y conduciendo…

“A veces, cuando el sol se va,
tiñendo de violeta la esquina del mar,
comprendo que nunca tuve nada y que
muy probablemente nunca lo tendré”

Mi voz acompañaba… Uuuuuuuuh…Solo el beso de tu voz en el alma… Uuuuh uhhhh… Y el perfume de tu cuerpo a mi alrededor… Me sieeeento tan solooo…Que no sé qué dirección correr… como un pájaro raro, que llegó al festín de los monos… ¡Uuuuuhhh!

“Llévame, aire del camino
hasta donde nadie me pueda encontrar.
Llévame, aire tibio y azul
y abandóname colgado de tu luz.

En tu luz brillante de cuchillo
adivinaré la rosa y el clavel
Llévame, aire del camino,
hasta donde nadie me pueda encontrar”

 Y así todo el rato hasta llegar a mi destino. Aquella cinta no fallaba, no se liaba, pero yo sí. Aún pensaba en quien no debía pensar. Cuando aparqué en el mundo naranja me dejé llevar. Empecé a caminar y me perdí en el laberinto de los viejos árboles. ¡Uf! ¡Qué pasada! Lo recuerdo como si estuviera ahora mismo allí…Imaginad, el secreto del silencio únicamente se rompía por los sonidos de la naturaleza: agua de los arroyos corriendo aún sin verla, el piar de los pájaros y una suave y fugaz brisa acariciando las hojas de los árboles. Aunque yo también interrumpía aquella calma, es verdad, a cada paso que daba el sonido de mis pisadas sobre las hojas muertas, creaba el perfecto crujir que tanto me gusta. ¿Os pasa lo mismo?

Tras unas horas conmigo mismo y fundido en el bosque, apareció la tercera sorpresa de la que os he hablado antes.

Allí estaba ella, una chica que también paseaba sola. Junto al aire del camino la conocí. Después de unos quince minutos de charla con ella e intercambios de teléfonos y regresé a mi coche. De vuelta a casa de aquel día tan importante, seguía la canción por donde la había dejado y yo con sonrisa de idiota…

“A veces, cuando asoma el sol,
llenando de diamantes la quietud del mar
me doy cuenta de que siempre fue así;
siempre estuve solo y siempre lo estaré”

No os contaré mucho más porque sería otra historia, y de  casi amor, nada interesante pero he de decir que llevo ya 32 sin esa mujer y sin nadie. Y aún me siento un chaval perdido y entusiasmado por los años que vuelan. Ella, la vida y la misma música, me llevan por donde nadie me puede encontrar, colgado de su luz, como en la canción.

“¡Uuuuuuh..! Cuantas veces soñando despierto…

¡Uuuuuuh! Creo verte entre la multitud…

En algún lugar…alguien debería escribir…

Que este mundo no es más… Que una enorme piedra redonda…”

Esas palabras ya no me hacían sentir triste, sino todo lo contrario. La vida conmigo mismo ya está muy bien a pesar de alguna enfermedad o malos ratos. Todo lo bueno que pueda venir a partir de ahi será algo extra, algo a valorar y disfritar. Después de tantos años  sigo escuchando y cantando en voz alta mi canción favorita

Si queréis podéis dejar vuestro comentario abajo. Saludos y hasta pronto.

Conéctate al buen rollo ❤
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Inés
Inés
3 Años Hace

Me gusta, y es totalmente cierto que una canción triste puede ser luego la que más te alegre, garcias por el escrito

María
María
3 Años Hace
Reply to  admin

Cada canción tiene su momento en el lugar que tú le des. Nunca hay que perder la fe. Me ha encantado el relato. Será cierto???

Ascen
Ascen
8 meses Hace

Un escrito muy bonito y bien redactado. Evidentemente, hay canciones que nos marcan a lo largo de nuestras vidas, para bien o para mal, para alegrarnos o para entristecernos, pero todas ellas necesarias.😘