Pet Mode
Una perrita en mi sofá

Madrid, 1985. La ciudad vibraba con una energía única, alimentada por la libertad recién conquistada y el espíritu de una generación que se negaba a conformarse. Entre las luces de neón y los grafitis que decoraban las paredes de Malasaña, dos jóvenes estaban a punto de cambiar sus vidas para siempre.

Rosalí, con veintidós años y una determinación feroz, había dejado atrás su vida en Málaga. La ciudad  de la costa del sol que tanto apreciaba y que siempre sería su hogar, pero Rosalí sentía que allí su mundo era demasiado pequeño. Había pasado horas ensayando en su habitación, componiendo canciones y soñando con algo más grande. Su guitarra y su perrita Indi, de pelaje blanco y gris, eran sus compañeras constantes, pero el verdadero deseo de Rosalí era llevar su música a un escenario más grande. Decidió que Madrid, con su bulliciosa vida nocturna y su escena musical en ebullición, era el lugar donde su voz podía resonar más allá de las paredes de su habitación.

Carlos, en cambio, venía de Barcelona, una ciudad vibrante y cosmopolita que, sin embargo, había empezado a sentirse demasiado familiar para él. Trabajaba en una tienda de música y había pasado los últimos años explorando los sonidos que llegaban desde el Reino Unido, fascinado por las melodías sintéticas y los ritmos oscuros de bandas como Depeche Mode y Pet Shop Boys. Mientras trabajaba  pasaba horas recomendando música a los clientes y soñando con crear algo propio. A sus veinticuatro años, había explorado cada rincón de la escena musical catalana, pero sentía que necesitaba un nuevo reto, un cambio de aires que lo llevara a explorar los sonidos electrónicos que tanto lo fascinaban. Madrid, con su mezcla de culturas y su espíritu libre, parecía el lugar perfecto para reinventarse y encontrar a alguien con quien compartir su visión musical.

Ambos llegaron a Madrid con una maleta llena de sueños y un deseo ardiente de formar parte de la revolución cultural que estaba transformando la ciudad. Sus caminos se cruzaron una noche en “El Jardín”, un club de música en vivo conocido por ser el punto de encuentro de la movida madrileña.

Rosalí acababa de terminar una actuación en solitario, acompañada únicamente por un sintetizador, cuando Carlos se acercó a ella. “Tienes una voz increíble”, le dijo, su voz apenas audible sobre el ruido de la gente. “Me llamo Carlos, y creo que podríamos hacer algo grande juntos”.

Rosalí lo miró con curiosidad, mientras Indi, a su lado , meneaba la cola con aprobación. Estaba acostumbrada a que la gente se acercara después de sus actuaciones, pero había algo en Carlos, en su seguridad tranquila y su pasión por la música, que la intrigó. Pasaron el resto de la noche hablando, compartiendo sus influencias musicales y sus sueños, mientras Indi, cansada, se acurrucaba a los pies de Rosalí.

En los días que siguieron, se encontraron en el pequeño apartamento que Carlos había alquilado en Malasaña. El lugar estaba lleno de discos, viejos sintetizadores y guitarras. Comenzaron a componer juntos, fusionando las letras introspectivas de Rosalí con los beats electrónicos de Carlos. Indi siempre estaba presente, tumbada cerca de ellos en el sofá, observando con sus grandes ojos curiosos mientras sus dueños creaban música. Le habían hecho unos pequeños auriculares para proteger sus oídos en los ensayos y, más tarde, en los conciertos.

Decidieron llamarse “Pet Mode, una perrita en mi sofá”, un nombre que reflejaba tanto el eco de las influencias que los habían formado como el deseo de resonar en las calles de Madrid. Su primer sencillo, “Niebla de Neón”, se convirtió en un himno nocturno para los jóvenes que buscaban algo más en la vida, una evasión de la rutina y una inmersión en lo desconocido.

Los conciertos de “Pet Mode, una perrita en mi sofá” eran experiencias sensoriales, llenas de luces, humo y un sonido que hacía vibrar el alma. En cada presentación, Rosalí Junto a Indi, quien, con sus auriculares puestos, observaba desde el camerino libremente y de vez en cuando se daba una vuelta a ver si encontraba algo de comer. El público la adoraba cuando la veían corretear tras bambalinas.

Pronto, comenzaron a tocar en los principales clubes de la ciudad, y su fama creció rápidamente, atrayendo la atención de productores que veían en ellos la próxima gran revelación de la música española.

Pero mientras su éxito crecía, también lo hacían las tensiones entre Rosalí y Carlos. Ambos tenían visiones fuertes y a veces opuestas sobre la dirección del grupo. Rosalí quería explorar sonidos más experimentales, mientras que Carlos estaba decidido a mantener la esencia que los había hecho populares. Las discusiones creativas se convirtieron en parte de su dinámica, pero también en el motor que los empujaba a innovar.

A medida que se acercaba el lanzamiento de su primer álbum, “Sombras Eléctricas”, la presión aumentaba. Sabían que tenían algo especial entre manos, algo que podría cambiar el panorama musical de España. Pero también sabían que el camino que tenían por delante no sería fácil.

Esa noche, en la sala Rock-Ola, frente a una audiencia que los esperaba con ansias, Rosalí y Carlos se miraron y supieron que, pase lo que pase, el eco de su música ya había dejado su marca en la ciudad. Mientras tanto, Indi, desde el camerino, movía la cola al ritmo de la música, como si comprendiera que estaba presenciando el inicio de algo grande.

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